Friday, January 11, 2008

Las Verdaderas Doctrinas de la Gracia Condenan tanto al Calvinismo como al Jesuitismo Molinista.

1. Sabemos que el hombre, por su propia naturaleza, no obra sino bajo el poder del pecado, y así resiste la gracia, -- y que, puesto que se corrompió (desde la Caída de los primeros padres,) desgraciadamente lleva en su pecho una fuente de concupiscencia, la cual, infinitamente, acrecienta este poder; no obstante, cuando le place a Dios visitarle con Su misericordia, por la predicación de Su Palabra o por sus santos sacramentos, Él hace que el alma haga lo que Él ---Dios—desea; y en la manera en la cual Él lo desea; suscitando en el alma fe, que es la primera de las gracias, -- en tanto, al mismo tiempo, la infalibilidad de la acción divina no destruye la libertad usual del hombre, a causa de los secretos y maravillosos caminos por los cuales Dios opera este cambio. Esto ha sido admirablemente explicado por San Agustín, de un modo que disipa todas aquellas inconsistencias imaginarias que los adversarios de la Gracia Eficaz suponen como existentes entre el poder soberano de la gracia sobre el libre albedrío, y el poder del libre albedrío para resistir la gracia.

2. Pues, de acuerdo a este gran doctor, a quien toda la verdadera iglesia, en todo tiempo, ha estimado como la autoridad en este asunto, Dios transforma el corazón del hombre, derramando generosamente en él lo celestial, con la mayor suavidad, la cual, venciendo los deleites de la carne, e induciendo al hombre a comprender, por una parte, su propia mortalidad, su nada, y a descubrir, por otra parte, la majestad y eternidad de Dios, le conduce a sentir disgusto por los placeres del pecado que se interponen entre él y aquella bienaventuranza incorruptible. Al hallar su mayor alegría en el Dios que le enamora, su alma es atraída hacia él infaliblemente, pero con su propio acuerdo, por una moción perfectamente libre, espontánea, impelida por el amor; de modo que sería para él tormento y castigo estar separado de Él. Esto no significa que la persona no tenga el poder de abandonar a Dios, o que no pueda hacerlo, si así lo quisiere; pero ¿cómo podría este hombre optar por hacer esto, siendo que su voluntad siempre se inclina hacia aquello que le es más agradable, y que, como en el caso que exponemos, nada puede serle más agradable que la posesión de aquel único Bien, que contiene todos los bienes? ‘Quod enim (dice Agustín) amplius nos delectat, secundum operemur necesse est’—‘Nuestras acciones son necesariamente determinadas por aquello que nos procura el mayor placer.’

3. Tal es la manera en que Dios regula la propia voluntad del hombre, sin usurpar su libertad, y en que la humana voluntad, --que puede, pero no lo hará nunca, resistir su gracia,-- recurre a Dios con un movimiento tan voluntario como irresistible, siempre que a Dios le complace atraerlo a Sí con la suavidad de sus inspiraciones eficaces. Y así comprendemos el error de Calvino, que consiste en sostener que la voluntad, bajo la influencia de la gracia, no tiene el poder para resistirla.

4. Estos son las enseñanzas de San Agustín, y también del Aquitano, que le sigue en ello, desde que todos los doctores de la Cristiandad así han enseñado desde antiguo, según las Escrituras – según lo cual, es igualmente verdadero que tenemos el poder de resistir la gracia, contrariando así la opinión de Calvino. Sobre el mismo principio, se sigue que actuamos por nosotros mismos, y así, en oposición a otro error de Calvino, se obtiene que tenemos méritos, que son realmente nuestros; y, sin embargo, como Dios es el primer principio de nuestras acciones, y como, según lo dice San Pablo, ‘Dios obra en nosotros según Su buena voluntad,’ nuestros méritos no son sino libres dones de Dios.

5. Y por medio de esta distinción demolemos el profano sentimiento de otros erroristas, según los cuales nosotros ‘no asistimos en modo alguno a nuestra salvación como tampoco podrían hacerlo objetos inanimados;’ y, por el mismo argumento, derribamos el profano sentimiento de los de la Escuela Molinista Jesuita, semi-pelagiana al fin, quienes no admiten que es por el poder infalible de la gracia divina, obrando por los Medios instituidos por Dios, que nosotros somos llevados a consentir a ella en la obra de la salvación; y entran así en hostil colisión contra el principio de fe establecido en San Pablo: ‘Es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer.’

6. Finalmente, es de este modo que reconciliamos aquellos pasajes de las Escrituras que parecen contradictorios uno con el otro, como estos: ‘Volveos a Dios’ – ‘Volveos a Mí, y Yo me volveré a vosotros’ – ‘Apartad toda iniquidad de vosotros’ – ‘Es el Señor quien quita la iniquidad de Su pueblo’ – ‘Haced obras dignas de arrepentimiento’ – ‘Señor, tú has obrado todas nuestras obras’ – ‘Haceos un nuevo espíritu y un nuevo corazón’ – ‘Os daré espíritu nuevo, y crearé un nuevo corazón en vosotros,’ &c.

7. El único camino para reconciliar estas aparentes contradicciones, que adscriben nuestras buenas acciones, a veces a Dios, y otras, a nosotros mimos, es mantener en vista la distinción, como lo señala San Agustín, según la cual ‘nuestras acciones [desde que nos ha regenerado la Palabra eficaz] son nuestras con respecto al libre albedrío que las produce; pero también son de Dios, con respecto a Su Gracia, que hace que nuestro libre albedrío las produzca.’ Asimismo, como lo enfatiza el mismo autor, ‘Dios nos permite hacer aquello que es placentero ante Su vista, haciéndonos querer incluso aquello que no hubiésemos tenido la voluntad de realizar.’

8. Por lo tanto, podemos certificar, con plena firmeza, que cuando la gracia eficaz mueve el libre albedrío, este consiente, infaliblemente; pues el efecto de la gracia es tal que, aun cuando la voluntad tenga el poder de no consentir, sin embargo consiente efectivamente. En efecto, podemos decir: La voluntad de Dios no puede dejar de cumplirse; y, por lo tanto, cuando es Su beneplácito que un hombre consienta a la influencia de la gracia, este hombre consentirá infaliblemente, y aún necesariamente; no por una necesidad absoluta, mas por una necesidad de infalibilidad.

9. Al efectuar esto, la divina gracia no impide el ‘poder que el hombre tiene para resistirle, si así desea hacerlo,’—meramente le previene el desear resistirla.

10. La Palabra y la sabia doctrina de los mayores teólogos condena a Calvino y su escuela, desde que ellos deniegan que la gracia eficaz actúe sobre el albedrío, en el modo que desde antaño ha sido enseñado en la Antigua Iglesia Cristiana, de modo de que se deje en poder del libre albedrío el consentir o el no consentir, -- en tanto, según Agustín, retenemos siempre el poder de reservar nuestro consentimiento, si así lo queremos, aunque finamente no lo hagamos, por aquella necesidad de infalibilidad, consistente con la elección de Gracia. Y, según San Próspero, Dios inviste sobre Sus elegidos el don de la perseverancia, de modo tal de no privarlos jamás del poder de poder rehusar; aunque ellos, finalmente, jamás lo hagan.


© Cristo Nuestra Justicia -- 2008

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